miércoles, 31 de octubre de 2007

Esta noche temprano he visto en la calle niños pequeños, diminutos duendes unos y, mozalbetes otros, disfrazados todos ellos para la ocasión en la celebración anglosajona de la noche de Halloween. "Truco o trato" repetían por doquier después de que alguien les abriera la puerta a la que llamaban; una bolsa casi media de caramelos les acompañaban. Reían, corrían, comentaban las particulares vivencias que le deparaba la fiesta: "mira, mira, en esa casa me han dado dulces" decía el mas pequeño, "¡ah! pues aquí no me han dado nada" decía otro, "pues aquí no me abren", interrumpía una niña, "pero ¿no ves que ahí no vive nadie?", le contestó el siguiente. No conocí a ninguno de estos "enanos" algarabientos, con el atuendo y máscaras que llevaban no pude dilucidar mi curiosidad, podía haberles preguntado pero no quise hacerlo ya que podría haber roto el encanto de esa fascinante imaginación que derrochan y desbordan por doquier los niños. Sin duda se lo pasaban bién, muy bién diría yo. Ellos no entienden de antiguas supersticiones celtas de muertos que resucitan para ocupar el cuerpo de los vivos, para los pequeños es un juego más que, simplemente les divierte. Ojén, como siempre tan receptivo con los foráneos, en esta ocasión adopta una costumbre importada de otros paises, pero que la empezamos a vivir como si fuese endémica de nuestra cultura.

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